El estrés es una palabra que todo el mundo utiliza y no siempre de la manera adecuada. La popularidad que ha alcanzado el tema del estrés, no solo pone de manifiesto la preocupación que genera hoy en día, también lleva a cierta confusión del concepto y a un exceso en su patologización.

El estrés, bien definido, es el proceso que se pone en marcha cuando una persona percibe una situación o acontecimiento como amenazante o desbordante, ante la cual no tiene recursos de afrontamiento. Si bien es cierto que el estrés puede ser positivo o negativo, y que cada uno de ellos influye de una determinada manera en nuestro organismo.

Estos acontecimientos amenazantes, se conocen como estresores y las respuestas que generamos, que genera nuestro organismo, se conocen como respuestas adaptativas.

Es importante saber, que un mismo hecho no resulta igual de estresante para todas las personas, ni siquiera en todas las circunstancias o momentos de la vida para ella misma.

Factores como la forma de evaluar el suceso y/o las capacidades para hacerle frente, la manera de afrontar las dificultades, (negar el problema, aplazarlo o poner en marcha conductas de autocontrol), las características de personalidad y el apoyo social, lo determinarán.

El ruido, agente estresor

En este apartado, vamos a explicar lo que sucede cuando el agente estresor es el ruido. Es un estresor físico (vibraciones del aire percibidas como sonido no deseado), externo (proviene del exterior) común (por lo extendido que se encuentra) no especifico (puede afectarnos del mismo modo que otros estresores), que perturba la tranquilidad de los sistemas cardiovasculares, endocrino e inmune.

La incapacidad de poder enfrentarse a dicha sobreestimulación, es la que puede provocar reacciones de estrés adversas.

Estrés agudo: requiere una rápida respuesta del organismo, del tipo “lucha o huye”. En el caso del ruido, puede ser desencadenada por un ruido inesperado, por ejemplo, o por un ruido de origen inusual. Se incrementan los niveles de adrenalina, y el flujo de oxígeno al cerebro, y se reduce la activación del resto de áreas. Aumentan también la tasa cardiaca y la presión sanguínea, que, junto con el aumento de energía en el cerebro, permitirá al individuo enfrentarse mejor a la amenaza.

Las reacciones de estrés agudo son necesarias para la supervivencia, pero si estas ocurren de forma repetida, hasta convertirse en crónicas, pueden aparecer efectos adversos para la persona. Por ejemplo, puede aparecer un desequilibrio en la respuesta de los sistemas corporales.

El cese de dicha reacción de estrés agudo, es necesario para que se cumpla la fase de recuperación y descanso, por eso, si la sobreestimulación es continua, la salud del individuo puede verse muy afectada.

Estrés crónico: la exposición crónica al estrés, produce cambios hormonales de especial importancia en reacciones adversas y puede desarrollar distintas enfermedades.

Esta reactividad, en modelos de estrés inducidos por el ruido ha sido implicado en el desarrollo de desórdenes del sistema cardiovascular, sueño, aprendizaje, memoria, motivación, resolución de problemas, agresión e irritabilidad.

Según el estímulo percibido, la capacidad de recursos y del individuo para hacer frente, la experiencia previa, la personalidad etc. determinaran que acción ejecuta el individuo:

  1. “lucha o huye”, que son efecto del incremento de adrenalina y noradrenalina.
  2. “derrota”, que incrementará la ACTH y el cortisol.

La exposición al ruido, tanto aguda como crónica, afecta a los niveles de cortisol, y la regulación de éste es un factor importante para poder sobrellevar de manera adecuada el estrés físico y psicológico.